La participación en cadenas de valor alimentarias internacionales hortícolas para países en desarrollo de la cuenca mediterránea y para sus sectores productores más desfavorecidos se muestra como un interesante camino que puede ayudar a superar la pobreza a muchos de ellos, y a realizar interesantes ingresos a otros que ya no son tan pobres.
La importancia social y económica que reporta la horticultura en los países de la ribera mediterránea se analiza en un artículo del Dr Miguel Merino Pacheco y disponible a la demanda en la sección de Publicaciones del Grupo THM y del portal Poscosecha. El Dr Merino estudia en este documento las “cadenas de valor” que se están forjando entre algunos países mediterráneos con los grandes mercados consumidores de la U E y del Este europeos con Rusia a la cabeza.
En lo referente a los países mediterráneos, se observa, dice Merino, que Turquía, que goza ya de la categoría de socio de la Unión Europea casi en pie de igualdad justifica en este sector esa situación con una cadena de valor hortícola desarrollada y de alto rendimiento. Marruecos ha comprendido claramente la forma de participar en los mercados europeos y lo hace con ventajas. Túnez no tiene aun en este sector una participación importante, pero es una promesa de futuro. De los países considerados, Egipto es el que afronta dificultades estructurales de fondo, por razones demográficas, de fraccionamiento de la tierra, de escasez de agua extrema.
Todos ellos comparten una importante dualidad en lo referente a estructuras de tenencia de tierra, que hace difícil la integración de numerosos productores en estos esquemas. Pero una comprensión adecuada de las cadenas de valor internacionales y la participación en las mismas de forma correcta ofrece para muchos de esos productores pequeños y medianos una avenida para escapar de la pobreza extrema.
El circuito mediterráneo
El circuito mediterráneo tiene una importancia central para el abastecimiento hortícola europeo por su proximidad geográfica, por su potencial agronómico y humano y por disponerse ya con la mayoría de los países de acuerdos comerciales que indican cual es la forma del futuro. Y en ese futuro, los países de la costa norte mediterránea tienen la oportunidad de convertirse en importantes protagonistas. Por lo demás, la agricultura continúa siendo un sector de gran importancia para los países del Sur y Este del mediterráneo, y hay también consideraciones políticas y sociales de peso – ingreso, inmigración, seguridad – que urgen el favorecer este comercio.
Más importante aún que las disposiciones comerciales oficiales es la forma en que se está organizando el comercio hortícola procedente de esos países, aunque las condiciones no sean iguales en todos ellos. Es por eso que es de interés el estudiar las “cadenas de valor” internacionales que se están forjando a través del Mediterráneo y sus consecuencias para distintos sectores socioeconómicos.
Cadenas de valor: características y estructura
Una cadena de valor engloba a un amplio rango de actividades que contribuyen a añadir valor a un producto, en el proceso de llevarlo desde los productores hasta el mercado, se explica en el documento “cadenas de valor internacionales hortícolas: el ámbito mediterráneo”, y éstas, incluyen actividades tales como la obtención de materias primas, servicios, flujos de información, transformación física e inclusive se incluyen a veces los procedimientos de eliminación de residuos. Los participantes en una cadena de valor, en este caso la hortícola, se relacionan de forma vertical, bajo forma de eslabones de la cadena, y también horizontalmente, cuando las relaciones se desarrollan entre participantes de un mismo nivel productivo o de transformación. Al atravesar fronteras y/o tener sus colaboradores en distintos países, las cadenas se transforman en internacionales o globales.
Elementos definitorios de las cadenas de valor
Tres aspectos claves sirven para definir a las cadenas de valor: las barreras de entrada, la gobernabilidad y la eficiencia del sistema.
Infografía de Interempresas |
Las cadenas de valor modernas de materias primas y productos alimentarios presentan una gran concentración de la capacidad de decisión en uno o pocos “eslabones”, y una tendencia creciente a esa concentración de poder en las mismas. Los aspectos de calidad del producto se alzan como centrales como elementos de gobernabilidad.
En las cadenas internacionales con un pie en Europa y en particular en las mediterráneas que se comentan, el rol de los estándares como elementos de cohesión de la cadena es central. Los consumidores, en este caso los europeos, demandan frutas y hortalizas de alta calidad durante doce meses al año y la concentración de las ventas en grandes mercados minoristas ha sido una tendencia constante durante los últimos años. A nivel de mayoristas, el satisfacer esos deseos de los consumidores empuja todo el sistema en la dirección de cadenas de valor más consolidadas.
Por el contrario, en países en vías de desarrollo, a los consumidores puede serles más conveniente desarrollar hábitos de consumo basados en los productos “de la estación”, pero igualmente producidos con tecnologías hortícolas modernas y con altos niveles de calidad.
No obstante, estudios comprensivos sobre cómo la crisis económica europea, ya entrada en el cuarto año consecutivo en que afecta seriamente al Sur del continente y que amenaza extenderse al Norte, afectará al consumo, no se encuentran aún disponibles. Pero es seguro asumir que en el futuro próximo seremos testigos del retorno a estilos de vida más conservadores. Combinado éste con los efectos de un envejecimiento acelerado de la población, uno se pregunta si la preeminencia de los grandes supermercados no estará amenazada. En todo caso, es una tendencia que no parece estar siendo ignorada por las grandes cadenas, a juzgar por la aparición de puntos de venta con menor superficie y surtidos más limitados en el centro de las grandes – y no tan grandes – ciudades europeas.
De todas formas, una serie de estándares de calidad, impuestos de forma privada por los grandes clientes o por las autoridades, de aplicación a distintos niveles de la cadena, a nivel nacional o internacional, pueblan el panorama de las cadenas de valor. Los públicos obligatorios, como las regulaciones europeas o las normas sanitarias y fitosanitarias de la OMC (SPS) se dan por sentados. Pero normas privadas exigidas por grandes compradores europeos han dejado de ser “voluntarias” en los hechos, por la simple razón que sin ellas no hay negocio.
Entre ellas se cuentan las normas del British Retail Consortium (BRC), el Eurep/GlobalGAP; Qualität Sicherheit (QS), International Federation of Food Standards (IFS). Los dos primeros conjuntos de particular relevancia en las cadenas bajo estudio.
Dos estándares usuales: GlobalGAP y BRC
El estándar GlobalGAP es de aplicación principalmente a nivel de empresa productora – se habla de “Good Agricultural Practices” – aunque es de notar que dos estándares añadidos recientemente – fabricación de piensos compuestos y cadenas de custodia – trascienden la actividad agraria estricta. Este estándar, requerido por la mayoría de las grandes cadenas detallistas europeas, aplica puntos de control en los procedimientos agrarios, desde la siembra a la cosecha e incluye trazabilidad, registros y aspectos de bienestar laboral.
A diferencia del anterior, el estándar BRC está orientado al procesado y/o envasado de productos alimentarios. En su implementación abarca la adopción y aplicación del estándar HACCP y de sistemas efectivos de control de calidad, controlando aspectos medioambientales, productos, procesos y del personal de la empresa. Es un sistema desarrollado y exigido por la mayoría de los supermercados británicos, habiéndose extendido su aplicación también al continente europeo.
La exigencia de aplicación de estándares de calidad por parte de los importadores que controlan las cadenas de valor alimentarias ha levantado la interrogante sobre cómo afecta la aplicación de estos estándares al comercio internacional de los países exportadores en general y, en particular, a la situación de sus productores – tanto los que participan en la cadena como los que no lo hacen.
Se ha establecido que los países en desarrollo, vistos en conjunto, no pierden fracción de mercado como consecuencia de la aplicación de los estándares. Ni los pequeños países exportadores aparecen como perdedores, ni los mayores como ganadores. A nivel de países, el apoyo de los gobiernos mejora sensiblemente las posibilidades de los productores de salvar este escollo para participar en cadenas de valor internacionales. Los productores de pequeño/mediano tamaño rara vez pueden integrarse a las cadenas por sí mismos, necesitando para ello el apoyo de sus clientes
Por otra parte, los sistemas de certificación pueden, por su costo, erigirse en barreras al ingreso en la cadena de valor por sí mismos. El gestionar estándares múltiples es importante cuando se está exportando a diferentes mercados, lo que complica aún más el problema.
Los costos de acceso a los sistemas de calidad surgen del hecho que, a menudo, exigen la construcción de edificios e instalaciones, la adquisición de nuevos equipos, el entrenar trabajadores, técnicos y directivos y realizar controles. En este sentido, GlobalGAP y BRC son muy exigentes.
Estimaciones realizadas en Marruecos en 2005 han establecido que el costo de participar en el programa GAP para un productor de tomate promedio, con diez hectáreas de superficie, ascendía a un total de US$70.000, o US$ 2.500/ha/año. Una suma que claramente no puede ser asumida por un productor pequeño sin apoyo externo.
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